Autor: Anabel Regalado
Analista de Consultorías
¿Te has preguntado alguna vez si estás haciendo las cosas bien? ¿Si el rumbo que lleva tu vida es el que realmente deseas?
Como mujeres, a menudo nos enfrentamos a decisiones difíciles que parecen desviar nuestros sueños para priorizar los de nuestra familia o hijos. Estas preguntas, que surgen en momentos de reflexión, tocan fibras profundas que muchas de nosotras compartimos: ¿Estamos realmente persiguiendo nuestras metas o hemos dejado de lado nuestros anhelos personales para cumplir con las expectativas de otros?
Es innegable que las mujeres trabajadoras enfrentamos un reto constante: el equilibrio entre el éxito profesional y el bienestar familiar. Queremos prosperar en nuestras carreras, liderar proyectos, ocupar posiciones estratégicas, pero la realidad es que, en muchas ocasiones, la prioridad recae sobre nuestra familia. A menudo, el tiempo que dedicamos a nuestras obligaciones laborales compite con las demandas de ser madres, hijas, esposas y cuidadoras. Y aunque la capacidad de realizar múltiples tareas es una característica admirable de muchas mujeres, ¿es suficiente para que la sociedad valore verdaderamente nuestro esfuerzo?
Numerosos estudios reflejan la desigualdad persistente en el ámbito laboral. Según un informe del Foro Económico Mundial, las mujeres ocupan menos del 30% de los puestos de liderazgo en el mundo empresarial, y aunque la cifra ha mejorado en las últimas décadas, sigue estando muy por debajo de una equidad deseable. Las razones van más allá de la capacidad; muchas mujeres tienen las competencias y habilidades necesarias, pero enfrentan barreras invisibles: las demandas del hogar, el machismo estructural y la falta de apoyo.
A pesar de ello, nos levantamos todos los días con una lista interminable de tareas, luchando contra estereotipos que, a veces, provienen no solo de los hombres en nuestras vidas, sino de otras mujeres. Comentarios que cuestionan nuestras capacidades o nuestras prioridades, que invalidan el esfuerzo diario de quienes intentamos equilibrar lo personal con lo profesional, siguen permeando nuestras relaciones y entornos. Sin embargo, esta realidad no anula el papel fundamental que desempeñamos; al contrario, revela la fortaleza y la resiliencia que nos caracteriza.
El desafío no es solo individual, sino colectivo. La sociedad debe avanzar hacia un espacio en el que tanto hombres como mujeres podamos construir juntos un futuro compartido, donde los roles tradicionales se desdibujen y cada persona, sin importar su género, tenga la oportunidad de desarrollar su máximo potencial. No se trata de competir, sino de colaborar. El éxito no se mide en quién llega primero, sino en cómo logramos alcanzar nuestras metas apoyándonos mutuamente.
Por ello, este llamado es para que, como sociedad, reflexionemos sobre cómo podemos ser más inclusivos, más justos, y cómo podemos celebrar a las mujeres en todos sus roles. Seamos conscientes de que detrás de cada mujer exitosa, hay sacrificios que muchas veces no son visibles. Y reconozcamos que, al valorar y apoyar el crecimiento de una mujer, estamos contribuyendo al desarrollo de una sociedad más equitativa y humana.
Este es un momento de cambio. Un momento para que todas las mujeres, sin importar sus circunstancias, puedan aspirar a ser felices y plenas en sus carreras y en sus hogares. Porque, en última instancia, lo que buscamos es sencillo: ser felices haciendo lo que amamos, mientras cuidamos de quienes amamos.
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